SOBRE COMER Y VIAJAR A LISBOA, PORTUGAL

SOBRE COMER Y VIAJAR A LISBOA, PORTUGAL

“Sobre comer y viajar (Lisboa, Portugal)”, es un texto que nos comparte Natalia Aristizábal Arias @natiscocina-, una comunicadora, cocinera y viajera, que hace parte de los colaboradores e investigadores de: Cocinas Regionales Colombianas , pero que sobre todo, es una enamorada del mundo de las cocinas, los alimentos y los procesos culturales, que surgen desde las distintas prácticas alimentarias.




De una u otra
manera, cada viajero hace “turismo gastronómico”, aun sin ser esa la
intencionalidad de un viaje.

Viajar, es abrir la mente y los sentidos, a nuevas
experiencias sensoriales, sociales y culturales, desde las diversas cocinas, no
solo de Colombia, podemos hacer una inmersión por la historia humana y sus distintas maneras de alimentarse, ya que
desde la asimilación de los recetarios del mundo, podemos hacer una
interpretación e inmersión, al mundo de las cocinas 
y su evolución, a partir, del análisis e interpretación, acerca de los distintos procesos históricos y antropológicos, que confluyeron, para hacer de cada una de las distintas cocinas universales, lo que son.

El viaje y la experiencia que la autora del texto nos narra, podría ser una de las aventuras, que muchos de nosotros hemos tenido, al visitar nuevos territorios, cercanos, como en lejanas tierras. 


De Anthony Bourdain aun sin conocerlo, aprendí muchas cosas. Aprendí, que comer no es un acto fisiológico, en lo absoluto, sino un acto social, cultural, antropológico y placentero. Que la gente se conoce a través de lo que come y que el ritual de preparar los alimentos es una de las cosas más bellas que tenemos como seres descubrir una ciudad a través de lo que se come es la felicidad en su estado humanos. También, que viajar y comer son dos actos que van de la mano, que

más puro. Que los mejores sitios para comer son las plazas de mercado y debe ser sabrosa. Que el menú para turistas es un invento del demonio y que en aquellos donde hay mucha gente, porque si hay comensales por doquier, la comida la periferia, con los locales, está la verdadera comida.


En Lisboa lo descubrí un día, en medio de mis caminatas interminables. Me dirigía a un

restaurante en un barrio fuera del circuito turístico, del que había oído hablar, pero desafortunadamente, por aquello de no estar familiarizada con las costumbres locales, había encontrado cerrado por llegar muy tarde para almorzar. Entonces, con un chirrido constante en mi estómago, seguí mi camino, barrio del fado. Desde afuera me enamoró con sus azulejos y su despliegue de y vi un local pequeñito, se llamaba (o se llama) O Freixo y queda en Alfama, el postres; pero también estaba cerrado. Prometí volver al otro día. Pensarán que me ofreció una feijoada fantástica y a un dueño feliz por servirme. Entendí, fue un fracaso mi búsqueda culinaria, pero más adelante, un restaurante (que no cumplía con la norma de estar lleno) pero no por ser de malo, sino por la hora, genocidio cometido hace más de quinientos años pero también era uno de los


mientras me devoraba el plato compuesto por frijoles, cerdo, pezuña y arroz y
ensalada, de donde viene nuestra comida, de esa mezcla que produjo la conquista ají para acompañar las viandas, era uno de los culpables del dolor del y la colonia, y entendí que Portugal con sus sopas, frijoles, cerdo, cerdo y 
responsables de nuestro saber hacer culinario. 


Al día siguiente,
volví a O freixo (en español, La ceniza) y para mi felicidad, estaba abierto.
Yo, que viajaba sola, busqué una mesa entre los locales. Para acabar de
completar mi dicha, no se veía un solo turista, pero no había mesa porque el que
iba llegando se acomodaba en donde hubiera lugar. Una pareja algo mayor, me
abrió espacio y me senté con ellos. La dueña se dispuso a mostrarme la carta.
Inmediatamente me decidí por las sardinas asadas al carbón, acompañadas de
papas cocidas y ensalada con vino de la casa, por supuesto. El banquete era de
no creer. Las sardinas estaban tan frescas, seguro recién pescadas esa mañana.
Nunca en mi vida había probado el sabor de ese pez, normalmente enlatado,
cocido a la parrilla. Era un verdadero manjar. Sabía a mar y a tierra, ese
sabor que le otorgaba el carbón. El vino, que era para dos, pero terminé
tomando sola, combinaba a la perfección con ese plato tan frugal. Al finalizar,
la dueña se acercó para asegurarse de que todo había estado a pedir de boca. Y
así fue. En la vitrina de los postres que había observado a través del vidrio
antes, me señaló uno en particular, La bomba se llamaba, hecho por ella y del
que se jactaba, era el mejor de cuantos estaban exhibidos. Acepté, a pesar de
que estaba repleta, y porque mi filosofía incluye, entre otras cosas, nunca
despreciar un postre. La bomba consistía en un merengue denso pero suave al
horno que descansaba sobre una cama de crema inglesa, una versión, supongo, de
Las islas flotantes francesas. Sobra decir que estaba exquisito y que lo comí,
creo, casi todo. Al finalizar mi almuerzo, que solo me había costado unos 7
euros, me acerqué a la barra para observar los azulejos de cerca y para
conversar con la dueña y felicitarla por tan magníficos alimentos. Ella, muy
orgullosa, me explicó la receta del postre, pero mi poco conocimiento del
portugués hizo que no pudiera entender mucho. Me bastó con sentir el gozo con
el que narraba su preparación. De eso de trata, para mí, el actor de comer y
cocinar, de compartir y sentir.

Repleta, y algo
borracha, me dedique a andar sin rumbo fijo por las calles de Alfama, a
contemplar el río y las calles empinadas repletas de movimiento de la bella
Lisboa.
























Viajera y autora:
Natalia Aristizábal Arias @natiscocina


“Comunicadora
social de formación y cocinera por vocación. Me enamoré de la cocina ya
grandecita, estando muy lejos de Colombia. En los días de ocio, buscaba recetas
y cocinaba. La cosa salió bien y pronto descubrí el amor hacía los ritos
culinarios. Me gusta hornear tortas, panes y postres, hacer guisos y sopas.
Viajera solitaria, disfruto perderme entre las callecitas y descubrir sabores,
visitar las plazas de mercado y contemplar vitrinas llenas de postres.”




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